jueves, 7 de noviembre de 2019

Comentario sobre el libro de Francois Villanueva "Cementerio Prohibido"

Por Julio Barco
original en: www.lenguajeperu.pe
Hay en la escritura de Francois Villanueva Paravicino un nervio por explorar la muerte, una constante por ponernos frente a ella, es decir, encontrar en su disipación y arte, un argumento y trama a explorar. Es así que, en su último trabajo de prosa, la recopilación de cuentos Cementerio prohibido, editado en el sello Apogeo editorial, dibuja con pulcro y propio estilo una sucesión de reconstrucciones sobre la muerte. Que, empezando desde el título, nos invitan a un viaje por el más allá.
Ya desde los epígrafes clásicos (Poe, Corintios, Maupassant, Palma, Horacio Quiroga) observamos que el eje temático de los cuentos, e incluso la forma de organizarlos, siguen una tendencia clásica, digamos de la literatura del siglo XIX, donde primaba el arte de contar paisajes sin fragmentarlos ni abrir más sendas de la mirada sobre el tema.
Una literatura con narrador en tercera persona sin las deliberaciones de la metaficción. Pues no hay en la escritura de Villanueva sino una retoma del proceso de la prosa con su núcleo duro cerrado de narrar y expresar, ausentar la subjetividad y dibujar la materia. En ese sentido, -como bien nos asoma la contraportada- es heredero de autores como Quiroga, pero también de otros maestros en el género como García Márquez.
A pesar del peso de esta influencia, -que considerando los siglos podría ralentizar el acceso de lectores de nuestros tiempos-los cuentos de Villanueva salen a decir su verdad y se unen a una mirada con matices poéticos, intuyo que herencia de la vena poética de propio autor (1) Aquí, por ejemplo, algunas pinceladas: “un atardecer otoñal de aquel año-frío, húmedo y fastidioso-, (…) El fondo amarillento y difuso era un crepúsculo sanguinolento en medio de un paisaje disforme, con manchas de rojos exóticos y cinabrios exuberantes, pardos arbóreos y azules acuáticos, sombras prístinas como la conciencia más secreta del hombre” (del cuento El cuadro inconsciente)
Son estos fragmentos, por ejemplo, denotan el trabajo de estilo de autor,-pintor de atmósferas y sucesos que nos abren la esencia que da vida a los espacios- la prefiguración del tono de los colores y de las manchas son constantes en otros relatos como en “El arder de aquel día plateó las carreteras del tambo hasta el crepúsculo. Una neblina dorada y caliente agazapó vespertina las grises montañas abruptas y soberbias” del cuento Las heladas. Por ello, me animo a pensar que nos encontramos frente a un meticuloso artesano de la prosa que, al expresar escenas, no escatima en recrear un meticuloso sistema de impresiones dentro de la mente de lector. Ello, para empezar, me permite adentrarme a los cuentos en sí.
Como les decía, el tema de la muerte es predominante. Desde el primer cuento El verdugo, somos testigos del monólogo de un asesino, para seguir con La condena de Ismael, Las heladas, (uno como condenado, otro como flagelo de la naturaleza) donde las tensiones con la muerte y sus derivados se mantienen paradójica mente vivas como eje medular de la obra, y llegan a cuentos como El cuadro inconsciente, donde vemos un trabajo bastante interesante de la mirada del arte y la locura atravesados por el drama de dos amantes; para finalmente llegar a los relatos La familia de un conocido (3) (que aborta la fantástica longevidad) y el último (y más largo y curiosamente complejo): Cementerio prohibido.
Por cierto, vistos los cuentos a cierta distancia, observamos que todos son tratados con la misma mesura en la prosa, sin altos ni bajas, dibujando un esquema estudiosamente cerrado, con interesantes fuentes andinas (2) como si se tratará de trabajos hechos en cemento. Vemos, en suma, el trabajo de un estilo que gana en sencillez y detalles.
Antes de pasar a Cementerio prohibido, quisiera detenerme y agregar algunas oraciones sobre El cuadro inconsciente, que -por su temática- es el que más me interesó: bohemia, locura y muerte. En este cuento, nos encontramos con dos personajes que son Lucrecio Vencedor, un recalcitrante pintor que nos recuerda a locos como Van Gogh u Lautremóc mezclados con obsesos y solitarios como El hombre manos de tijera u Julio Ramón Ribeyro en sus épocas locas en Europa, y Giovi, o Giovanna (con doble ene y doblemente hermosa), una joven pura y alcoholizada. La trama se desborda cuando se quedan sin dinero y deciden recitar poemas de bus en bus, como -adjetiviza soberbiamente Villanueva- peripatéticos, vanguardia aristotélica muy bien ceñida para dibujar la vida ardiente de 2 amantes en la carnívora y soez Urbe. Pues bien, este cuento -insondable como una flor- termina en la misma continuidad de extremos: locura y muerte. La miseria y los estados alterados de la creatividad, la locura y el sexo, lo descarnal y las faldas rojas, son exageraciones que condenan El cuadro inconsciente donde se finiquita con gracia y destreza, buscando ansiosamente el cuadro que reflejé la imagen última de las cosas.
Pienso que otras de las virtudes del mundo y clima que ofrece Villanueva es crear su propio ecosistema. Lo fantástico, con sus ilimitados campos, permite que el autor construya un mundo cerrado, encapsulado que lo aleja de la ficción y realidad neta. Es así que llegamos al cuento más largo del volumen que sirve también como título general de libro: Cementerio prohibido.
Se trata del texto más largo del volumen que nos recuerda, por su poesía y tema, a textos como los de Juan Rulfo, especialmente su novela Pedro Páramo. Como en Comala, no es Juan Preciado sino Alex Boj quién en Cementerio prohibido llega a un extraño y convulsionado escenario tras la muerte de su hermano.
Este suceso lo lleva a descubrir las verdaderas ocupaciones de su hermano (espía para una agrupación antiimperialista) y verse finalmente envuelto en una pesadilla con zombies, asesinados y demás seres que sacuden desatan el delirio lector. Con escenas de pelea que recuerdan las películas de ciencia ficción o Star Wars, -asunto que evidentemente refresca el anquilosado género- este relato conduce a los mejores atributos de Villanueva – rapidez para fluir en el relato, destreza para generar ambientes asfixiantes- y cierra este conjunto de cuentos que permiten reconocer una pluma con indudable valor. Este, por cierto, es el segundo volumen de cuentos del autor que, como expresamos, también dedica sus fuerzas al cultivo de la poesía y el periodismo. Es interesante poder confirma, con las casi 80 páginas de Cementerio prohibido, la sensibilidad de un autor que tienen mucho que darle a la literatura del país.

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